Cultura

Desde mi ardiente esquina

Candelaria, aunque grande, su cavidad es relativamente estrecha…

La Comuna en el centro de la Ciudad de México es una talentosa hermandad en la que el arte gastronómico destaca. Fotografía de Brenda Osnez.

Desde mi ardiente esquina

La partera del placer

Cuando formas parte de una comuna es difícil precisar las actividades que cada integrante va a realizar desde un principio, no hay jefes, no hay líderes, todos para todos, nadie para uno (¿cómo era?). En estos casos cada uno establece en función a su disposición y (en segundo término) a sus capacidades, la tarea a la que se puede comprometer. En mi caso, en la cadena de eslabones que conforman la creación de una pizza (el actual proyecto de la comuna), encontré mi lugar rápidamente: nadie puede soportar (sin correrse) (de sudor, digo) los niveles de (calentura) pirexia a los que llego y en los que permanezco toda la tarde. La posición de trabajo a la que a mí me gusta llamarle de «carbonera» es sin duda alguna el mejor trabajo que puede elegir una (candente) mujer reflexiva (como yo).

Cuando la gente piensa en el personal de una pizzería lo primero que viene a la mente es un saltimbanqui malabareando ágilmente un flexible disco de masa blanca y suave para después cubrirla con salsa de tomate, queso y (todas esas cositas ricas que nos inflaman el…)(colon) los ingredientes de nuestro agrado; quizá, también en los amables meseros y meseras tomando órdenes y sirviendo cerveza y vino (como verdaderas vacas sagradas), pero ¿acaso nadie se ha preguntado quién incuba con la calidez de un útero sólido y arcilloso la crujiente pieza que a la boca se llevan con semejante (lascivia) gusto? Y si es que han tenido ocasión de observar tan noble trabajo (que en este momento rebautizo como «parteros del deleite»), ¿no se ha despertado el fuego de la curiosidad sobre el discurrir del pensamiento de quien sólo refleja llamas en los ojos? No os preocupéis señoras y señores que el día de hoy les redactaré un día en la vida de la carbonera de la comuna (o la partera del deleite, como prefieran).

La Comuna en el centro de la Ciudad de México es una talentosa hermandad en la que el arte gastronómico destaca. Fotografía de Brenda Osnez.

Hacerse cargo de Candelaria (el horno es en realidad una ella) va más allá de meter y sacar (con mi enorme pala) apetecibles masas con queso de ella. Antes de entrar uno tiene que tocar las puertas, es protocolo (y decencia, sobre todo); una rápida inspección en sus paredes internas me ayudará a determinar si está en condiciones (y disposición, claro) de recibir los flagrantes y resplandecientes trozos (de madera). Normalmente me veo en la necesidad de introducirle una escobilla para limpiar los restos de pringue de la noche anterior (la muy insaciable), pero eso sólo toma un par de minutos. Una vez limpia, es hora de encender(le) la cosa. Candelaria, aunque grande, su cavidad es relativamente estrecha por lo que es importante tener palos chicos (insaciable pero no rigurosa) o de otra forma la pala no entra. Sé que los puristas se van a enardecer, pero me gusta ungir los (lúbricos) palos con un poco de aceite, favorece la inflamación, sobre todo en un principio cuando la llama no arde. Una vez que se enrojece el primer trozo (de madera) los demás prenden al poco tiempo (de ver se antoja) (la pizza), es cuestión de paciencia y determinación. La oxigenación en este punto es importante para ambas partes: bien es sabido que la combustión no es posible sin oxígeno, por lo que recomiendo (ampliamente) darle una (fuerte soplada) buena entrada de aire, eso siempre ayuda a prenderla rápido, pero cuidado, más de una vez con la cara de frente a la cavidad me ha sorprendido (avísenme) salpicándome el rostro de chispeantes partículas en llamas, así que más vale tener precaución a la hora de ejecutar maniobras avanzadas como ésta.

Una vez lograda la proeza de la ignición lo demás es lúdico; en ocasiones, durante el acto, llego a entrar en un reconfortante trance con la única sensación del rezumar de mis poros, la salinidad de mis labios y el lento discurrir del tiempo. En esos momentos de febril ofuscación de los sentidos mi pensamiento atraviesa como una flecha el fatídico («fétido» para ser exactos) sentido de todas las cosas: la entelequia (el fin, pues) del trigo, que más que una deliciosa pizza napolitana es el proceso digestivo, placentero, claro, pero que finalmente acaba (en el váter) convertido en (un pastel de) rigurosa (mierda) materia (fecal) orgánica, y está bien, la naturaleza es así.

Cuando despierto del (delicioso) letargo al que me induce la acalorada danza del fuego, normalmente a causa del (clímax) (de la noche, por supuesto) estrepitoso reír de un comensal por el éxtasis del momento o el grito de apoyo en la cocina, me siento relajada (nomás faltaba), distinta. No vuelves a ser el mismo tras ocho horas frente a las llamas.

La etapa más difícil de mis días con Candelaria es, sin duda, cuando las reservas de energía ya no dan para mantenerla (caliente) horneando, las fuerzas de mis músculos flaquean, la medianoche se acerca y los comensales van saliendo sonrientes (ebrios) y felizmente colmados de queso, pan y vino; es entonces cuando el fuego se va apagando (la costumbre…). Pasar de un vivo rojo a un naranja desvaído del escoldo nunca es fácil. Su calor me acoge hasta el último segundo y lo recuerda mi piel hasta el día en que nuestro indefectible ritual nos vuelva amalgamar.

La Comuna se encuentra ubicada en centro de la Ciudad de México, en la Colonia Obrera. Puedes contactarlos en la siguiente liga.

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