Arte

Eleonora

Por las noches, brilla un fuego crepitante allá por la nopalera…

Imagen de Fernando García Álvarez

Eleonora

Jaquelina Rodríguez Ibarra

La calle es Morelos, el número 21, ahí vive Eleonora. La gente más antigua del pueblo no sabe con certeza cuándo llegó. Parece ser que ella ha vivido siempre ahí. No hay recuerdos de su niñez, su juventud es eterna.

Una vez oscurecido, nadie en su sano juicio camina frente al ventanal donde Eleonora deja verse de pie, seria, enfundada en un vestido negro y largo. No habla ni llama a nadie, pero su mirada atrae.

Cuando el portón negro abre, la gente suele esconderse tras sus ventanas y ver el auto negro que sale de casa de Eleonora. Seguramente ella va dentro, sin embargo, nadie logra ver más allá de los cristales. Un par de horas después ese auto regresa y con la misma parsimonia entra a casa, y nuevamente ese portón sella sus puertas y no vuelve abrir sino días después.

Imagen de Fernando García Álvarez

Por las noches, brilla un fuego crepitante allá por la nopalera que se encuentra tras la casa de Eleonora. El viento silba la música de la muerte, dicen algunos. Quienes han osado cruzar los límites, no los hemos vuelto a ver. Desaparecen como si nunca hubieran existido. No han regresado. Los rumores son muchos. Por ello el miedo de la gente cuando oscurece y la luna proyecta su luz en la figura de Eleonora tras el ventanal de Morelos número 21.

Hay quienes en la iglesia del pueblo han mandado hacer misas para Eleonora, porque creen que es un espectro perdido y así logrará descansar en paz. Ella parece agradecerlo porque es entonces cuando su figura delgada y elegante desaparece de ese ventanal.

Ayer fue la misa para Eleonora. Cuando todos recibían la bendición, un movimiento venido del centro de la tierra crujiente los hizo levantar y correr en todas direcciones. Algunos cayeron, otros lograron la salida y vieron cómo las campanas repiqueteaban sin cesar. Vino la calma, y en silencio regresaron a sus casas.

Al final de la calle se ve la casa de Eleonora, pero esta vez sólo se veía el polvo que formaba una cortina aún ondulante entre el cielo y la tierra. La casa estaba al fondo, derruida, clavada en sus cimientos.

Cuando la gente pudo entrar entre los escombros de lo que fuera la casa de Eleonora, descubrieron al pie de un pirú al caballerango, sin vida, sentado cuidando los jarrones de barro repletos de monedas de oro. Eleonora jamás volvió a dejarse ver tras el ventanal de Morelos 21.

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