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Encuentro en la librería

Corres con desesperación en la noche

Murales del Ex Convento de San Agustín en Atotonilco El Grande , Hidalgo, México. Foto de Fernando García Álvarez.

Encuentro en la librería

María Teresa Bernal Cabello

Corres con desesperación en la noche, el corazón parece querer saltar de tu pecho.

No puedes más, así que paras y te refugias en la primera tienda que ves. Ésta es una de esas librerías de libros viejos de la colonia Roma. Está oscuro, sola. Sin embargo, el olor perfumado de los libros viejos es como una extraña compañía.

– ¿Quieres comprar algo? – oyes que alguien dice detrás de ti.

– No gracias – contestas – Sólo voy de paso. Además, no traigo dinero.

– ¿No quieres al menos revisar si algo te interesa? Por si quieres comprar algo la próxima vez.

¡Ojalá hubiera próxima vez! No puedes decirle que no, pero con la oscuridad no se puede ver nada.

– ¿Tiene una luz?

– No

Prendes la linterna del celular y revisas los libros.

– ¿Estás bien? ¿Qué te sucede?

Probablemente notó tu agitación.

– Me vienen siguiendo. Sabía de ellos y de lo que habían hecho. Pensé avisar, pero me empezaron a perseguir. Por eso me escondí aquí.

– Aquí estás a salvo. Al menos físicamente.

– ¿Qué quiere decir?

– ¿No sientes culpa de dejar que se salgan con la suya sin decir nada?

– Apenas salga corro peligro de que me maten.

– Pero tu conciencia estaría más tranquila.

– Es fácil decirlo. Me aterra.

– A mí también me aterraba cuando vine aquí, pero tuve que confiar.

– ¿A qué se refiere?

– Yo vivía en el estado de Aguascalientes, pero enfermé y tuve que venir a la ciudad para que me trataran. Dejé a mis hijos, a mis amigos, todo. Confío en que están bien y en que el tiempo que pasé con ellos fue valioso.

Murales del Ex Convento de San Agustín en Atotonilco El Grande , Hidalgo, México. Foto de Fernando García Álvarez.

Ambos callan. En la librería se hace un silencio de muerte.

– Me gusta este libro – le dices.

Y señalas una novela de Dickens.

– Cuando quieras puedes volver por ella. Yo te la apartaré y te la daré cuando por fin nos veamos.

No puedes evitar reír al pensar en que aquel hombre y tu sólo se han conocido por la voz.

Con el ánimo más calmado, sales de la tienda y respiras profundamente el aire de la noche. Poco después corres.

Cuando regresas, el sitio está lleno de luz y justo en uno de los muchos estantes se encuentra aquel hombre alto, aunque encorvado, de pelo cano, rostro delgado y expresión bondadosa.

– No tardaste nada – te dice – ¿Resolviste tu asunto?

– Si, ya está resuelto. Gracias.

– Aquí está tu novela.

– ¿Cuánto le debo?

– Para nosotros todos los libros son gratuitos. No te preocupes.

Ambos toman un libro y comienzan una larga lectura.

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