Arte

Escalera al cielo

Esa brisa marina de la mañana tan parecida al aliento de ella también lo nutre…

Embarcadero de Punta Chueca, Nación Konkaak en el Pacífico de Sonora, México. Al fondo se aprecia la isla Tiburón. Fotografía de Fernando García Álvarez.

Escalera al cielo

Fernando García Álvarez

 

A Jhon Parker le encanta subir corriendo esa larguísima escalera de piedra volcánica que va del puerto a las áridas colinas de la isla, algunas veces sube saltando los escalones de 2 en 2 o de 4 en 4 mientras cronometra el tiempo en un viejo reloj de buceo que ha tomado prestado del museo del pueblo.

Jhon pasa mucho tiempo tirado en la arena de la playa tratando de repetir esa sensación que lo poseyó al estar por primera vez frente al mar, una intoxicación de espesa humedad salitrosa que lo ahogaba. El vaho del océano invadiéndolo en bocanadas de bruma espesa mientras el azul del horizonte se repetía en mil brillos, matices y reverberación hasta la última de sus neuronas.

A veces prefiere seguir recostado en la arena respirando profundamente el eco narcótico de las olas y los graznidos turbios de las gaviotas al salir al muelle a buscar comida, sabe que puede sobrevivir solo de aire salobre y de la espuma de mar que cuaja entre los riscos.

Esa brisa marina de la mañana tan parecida al aliento de ella también lo nutre, aunque de vez en vez come algunas lapas que arranca de las rocas de los arrecifes y los cascos de los barcos. Una vez fuera de las conchas lava los crustáceos en el mismo mar y agrega jugo de limón que escurre de sus manos mezclado con su sudor, es como masticar hule con tierra, sus dientes chirrían, pero a él no le importa.

Hace varios años ya que llegó al puerto con solo unos pesos y muchas ganas de abrazar, dormir y soñar con el ocaso, cuando se acabó el dinero empezó a comer lapas, cangrejos, pescados y fruta de los árboles que crecen por doquier. Nunca pide limosna o caridad dice que su religión lo prohíbe.

El dueño del bazar de empeños es un viejo griego amargo y muy cabrón, cargado de espaldas con una tosca nariz de fajador que decidió nombrar al muchacho Jhon Parker cuando le llevó a empeñar su último objeto de valor; una pluma fuente marca Parker. Desde entonces todos en el muelle lo llaman así.

Jhon más hermético que su reloj de buceo con nadie platica jamás, su origen o nacionalidad es un misterio, muchos suponen que es una especie de loco de familia adinerada que se perdió, escribe largos poemas con letras de un alfabeto desconocido en la arena húmeda que luego borran las olas, debe ser de alguna serranía o montaña -dicen- pues no se mete a nadar.

Hace unos días desapareció Jhon de la playa, la policía lo había metido en una celda sucia y obscura acusándolo de robar un reloj del museo naval, el muchacho de mirada ausente se retorcía angustiado como un animal salvaje dentro de una jaula, acostumbrado a no comer solo lo lastimaba la ausencia de la brisa marina. Nada alegó en su defensa, ni una palabra salió de su boca.

Las autoridades llamaron al viejo griego como perito para identificar el reloj, de mal humor y farfullando porque no le pagarían la consulta el anciano saco su lupa, un micrómetro y de muy mala gana se sentó en un banco de madera a revisar la pieza. El guardia le dijo a Jhon – ¡ya te chingaste rata!

El viejo cabrón se retorció el bigote entrecano, guardó los instrumentos en su maletín y les dijo – esta chingadera no vale nada es una copia china, regrésesela al vago, no es auténtica- arrojó la pieza sobre la mesa y salió apoyando su corpulencia en su bastón de castaño sin mirar atrás, los decepcionados policías sacaron a Jhon a empujones sin disculparse, le regresaron entre carcajadas el reloj.

Si quieres conocer a Jhon puedes venir a la rambla antes del atardecer, ahí veras sentado en el único restaurante del puerto al griego cabrón tomando café amargo y caliente en una taza muy pequeña, es común que escurran lágrimas silenciosas por sus mejillas. Él siempre mira al horizonte esperando un barco que le devuelva al hijo perdido en la guerra, ruega por que esté vivo extraviado en algún rincón del mundo.

Raudo como una gacela con sus largas piernas ágiles y su cuerpo de anguila Jhon pasará ante ti como los vientos del huracán, ni siquiera pienses en alcanzarlo, contando a gritos los escalones 2,4,6,8 subirá como un cohete hasta las colinas apenas teñidas de púrpura y oro para perderse entre dunas y follajes, seguramente llevará en sus manos tu cartera.

 

Nota: Este cuento fue escrito en el taller literario Cuentos fotográficos impartido por Fernando de León en Aula Gramma.

2 de comentarios

LO MÁS LEÍDO

Copyright © 2021 Terciopelo Negro prensa libre. Hecho por Proyecta 360º.