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Paul Celan, el arte de traducir la esperanza

Más que escribir, traducir sería el término justo que podría atribuirse a la obra de Paul Celan…

Paul Celan, el arte de traducir la esperanza
Ana Cuandón

Alemán, rumano, ucraniano, hebreo, francés, portugués, ruso e inglés son algunas de las lenguas que hablaba y leía Paul Celan, pero de todas ellas fue la primera, la alemana, aquella que eligió para escribir poesía. Su elección fue declarada como un principio ético: “uno no puede expresar su verdad más que en su lengua materna; en una lengua extranjera, el poeta miente” (Ortega, 18). De este principio ético se deriva el hecho de que la poesía de Paul Celan atraviese los velos del lenguaje para asombrar, perturbar y revelar verdades −algunas atroces, como puede esperarse de un sobreviviente de la última guerra mundial.

Dicha lealtad hacia la lengua materna compensó, en este poeta judío, la deslealtad de haber abandonado a sus padres –tal abandono no existió, pero así lo sintió el poeta por el remordimiento de haber confiado en que sus padres lo alcanzarían en el refugio que una amiga suya, Ruth Lackner, había ofrecido para él y sus padres ante las deportaciones masivas de judíos de Czernowitz, llevadas a cabo en 1942 por el régimen nazi. Aquella espera del 27 de junio transformó al joven Paul Antschel, pues nunca volvió a ver a sus padres, Leo y Friederike, quienes fueron llevados a los campos de trabajo de Trasnistria, en donde murieron pocos meses después. La transmutación fue tan radical que para 1947, el apellido del poeta se cambió a Celan, anagrama de su apellido original. Sin embargo, la parte más profunda de ese cambio doloroso sólo podía traducirse en poesía.

Más que escribir, traducir sería el término justo que podría atribuirse a la obra de Paul Celan, pues el esfuerzo de expresar en una lengua lo que está escrito en otra supone también transmutar emociones, impresiones del espíritu que son, por su naturaleza, inefables. Esta voluntad de expresar verbalmente aquello que se manifiesta de formas sutiles hace de la poesía un arte de traducción. De esta labor alquimista del espíritu participa Celan al escribir: “Dice verdad/ quien dice la sombra”, pues decir la sombra es una manera de afirmarla en su misterio, en su inasible pero descifrada, traducida, manifestación. Tal es la idea que George Steiner dilucida al aseverar que “toda la poesía de Celan es traducción al alemán” (Ortega, 25).

Escribir en alemán, para quien pudo haberse expresado en los otros varios idiomas que comprendía, supone más que una elección, una deuda moral “porque un poeta −señala Paul Celan− no puede dejar de escribir, mucho menos si es judío y su idioma de escritura el alemán” (Pérez Gay, 90). Cuando se repara en el hecho de que, para un judío, elevar la lengua de quienes asesinaron a sus padres podía significar, más que una denuncia, una forma de apropiarse de aquello que le fue arrebatado, puede entenderse por qué, en el discurso que dio el poeta al recibir el premio Georg Büchner, la elección por el idioma alemán fue también una tabla de salvación pues, él mismo afirma, “algo sobrevivió en medio de las ruinas. Algo accesible y cercano: el lenguaje. Sin embargo, el lenguaje mismo tuvo que abrirse paso a través de su propio desconcierto, salvar los espacios donde quedó mudo de horror, cruzar por las mil tinieblas que mortifican el discurso. En este idioma, el alemán, procuré escribir poesía. Sólo para hablar, para orientarme, inquirir, imaginar la realidad” (Pérez Gay, 91).

Imaginada, confrontada, configurada por el dolor, esta realidad de Celan es una constante Fuga de muerte, poema emblemático de la literatura alemana, que ya en 1952, año de su publicación, `inquiere´ que “la muerte es un maestro de Alemania sus ojos son azules/ te alcanzan sus balas de plomo te alcanzan sin fallar” (Pérez Gay, 39).

Y la lengua que logra `inquirir´ esa realidad dista mucho de la usada en la realidad: aún cuando Paul Celan vivió en Francia la mayor parte de su vida, desde 1949 hasta 1970, la lengua francesa no logró pasar del lenguaje de la cotidianidad. Ni siquiera la complicidad amorosa cambió esta decisión de escribir poesía en la lengua materna. La copiosa correspondencia, escrita en francés, con Gisèle Lestrange, su esposa, y con Eric Celan, su hijo, muestra esa distancia establecida por el poeta entre la realidad habitual y la poética. En una carta de 1965 dirigida a Gisèle, puede leerse cómo el poeta prefiere el alemán para elevar esos pequeños actos cotidianos: “Yo tengo delante, bajo nuestra lámpara, tu foto y la del niño. Y también, en un vaso de agua, la ramita de abedul de nuestra casa, de Moisville. Haga cuanto pueda, amada mía, por reponerse. Todo mi amor por usted está aquí, dentro de mí, tan grande como en el primer momento. Nada de nuestro amor está perdido: Wir sind es noch immer” (Badiou, 257).

El verso citado por Celan pertenece al poema “La palabra de ir a-lo-profundo” y puede traducirse como “todavía seguimos siendo” (Badiou) o, como lo traduce José Luis Reina Palazón, “todavía somos” (153):

La palabra de ir a-lo-profundo
que hemos leído.
Los años, las palabras desde entonces.
Todavía somos.
Sabes, el espacio es infinito,
sabes, no necesitas volar,
sabes, lo que se escribió en tu ojo
nos profundiza lo profundo.

“Profundizar lo profundo” no fue, para Paul Celan, tarea exclusiva de la poesía, la traducción era igualmente importante. En una carta dirigida a su editor, confiesa: “considero que la tarea de traducir a Mandelstam es tan importante como la de escribir mis propios versos” (Ortega, 24). La obra del poeta ruso fue una de las tantas que ocuparon a Celan. En el prólogo a sus Obras Completas, Carlos Ortega cuenta cómo, en 1941, “aunque las condiciones en el mundo enfangado y húmedo del gueto eran imposibles, Paul pasó las primeras semanas traduciendo algunos sonetos de Shakespeare, que le parecía que no había sido bien vertido al alemán, y escribiendo” (15). En total, Paul Celan tradujo a cuarenta y dos poetas al alemán. Cuando fijó su residencia en París, a partir de 1950, fue cuando su trabajo como traductor se formalizó, sin embargo, la traducción fue no sólo su oficio principal sino también su motivación más íntima: en el diálogo con los numerosos poetas traducidos, su poesía encontró sus fuentes de aprovisionamiento.

Dichas fuentes eran necesarias para quien debía nutrir a diario la esperanza con lo único que le quedaba, el lenguaje. Sus reservas de vitalidad estaban en la poesía. Es por ello que la poesía de Celan no se reduce a la fatalidad de los acontecimientos históricos, sino que se abre ante las posibilidades de la vida. Ante la tragedia de una espera (como la que vivió mientras sus padres eran deportados), el poeta no busca trascender el acontecimiento, sino exponerlo, con toda su simpleza y su profundidad.

Uno de los muchos poemas que puede testimoniarlo pertenece al libro Cambio de aliento, publicado en 1967. En este poema breve está condensada una voluntad que apuesta por la esperanza: “En los ríos, /al norte del futuro, / tiro la red, que tú, indecisa, / llenas con sombras/ escritas por las piedras”. La imagen de alguien que decide tirar la red hacia un río traza también una dirección, en este caso, espacial dentro de otra temporal: “hacia el norte del futuro”, para expandir ese horizonte del tiempo. El poeta señala las posibles direcciones, y dimensiones, de éste: en el futuro hay un norte. En este movimiento se percibe la decisión de quien no puede, como ese tú al que se dirige, permanecer en la parálisis de un pasado que lastra la movilidad por cargarse de sombras, de sombras además escritas por aquello inamovible por naturaleza, las piedras. Traducir este movimiento espiritual en una imagen es una de las verdades que la poesía de Celan revela.

Después de atravesar largos veintiocho años de angustia y depresión, el poeta decidió lanzarse al río Sena en 1970. Este fin de su vida, por tanto, no debe interpretarse como un gesto de derrota, ¿quién podría juzgarlo así cuando sus poemas obligaron al filósofo Theodor Adorno a retractarse de que, después de Auschwitz, la poesía era imposible? Nadie, como él, Paul Celan, pudo traducir “la discreta, dolorosa rima alemana” (Pérez Gay, 90), y tampoco nadie logró de esas cenizas revelar cómo traducir es también transmutar y descubrir que todo puede ser distinto:

Todo es distinto
de lo que imaginas, de lo que imagino,
la bandera ondea todavía,
los pequeños secretos conviven entre sí,
proyectan sus sombras; de ellas
vives tú y yo,
vivimos nosotros. (Pérez Gay, 65).

Profundizar en esta certeza es el arte de traducir la esperanza.


Bibliografía

Celan, Paul. Obras Completas, 7ª ed., prólogo de Carlos Ortega, tr. de José Luis Reina Palazón, Madrid, Trotta, 2013.

Celan, Paul-Gisèle Celan-Lestrange. Correspondencia (1951-1970), edición y notas de Bertrand Badiou, tr. del francés de Mauro Armiño, tr. del alemán de Jaime Siles, México, FCE-Siruela, 2010.

Celan, Paul. Sin perdón ni olvido. Antología, tr. y estudio de José Ma. Pérez Gay, México, UAM, 1998.

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Amalia

Dicen, por cierto, que una noche, un joven desconocido, elegante y apuesto, llegó a casa de Amalia…

Imagen: Fernando García Álvarez

Amalia

Víctor Salgado B.

El argumento de este relato está basado en un cuento popular.

Amalia era la hija menor de don Eusebio Gorostieta, la única mujercita de su progenie. Allá por mil novecientos cuarenta y tantos, ella tenía diecinueve años y era la más bonita de San Pedro del Rincón. Nunca tuvo intenciones de casarse; le gustaba andar por el campo entonando cancioncillas de amor, iba a la plaza los domingos con su sombrero de astilla y casi siempre usaba huaraches de hombre. Don Eusebio, hombre recio y de mucho respeto, le aconsejaba atender las súplicas de sus incontables pretendientes para que entre ellos escogiera un buen marido. Amalia, por su parte, asistía a todos los bailes acompañada de sus amigas, pero se divertía rechazando las manos de los jóvenes más apuestos, que le solicitaban su compañía para bailar un vals o una polka. Los mejores partidos anduvieron tras ella suspirando por sus amores; sin embargo, cansados de esperar que la delicada dama les correspondiera, muchos terminaron casándose con muchachas fuereñas, que, si bien no eran tan bonitas como Amalia, sí menos arrogantes.
Sucedió que la hermosa joven de la que hablamos estaba cerca de cumplir veinte años, cuando su padre le habló en los siguientes términos:
—Hija, eres hermosa y discreta y siempre te has portado como debe hacerlo una señorita decente. Nunca me has deshonrado, pero me preocupa que seas tan renuente al matrimonio. Tus hermanos mayores se han casado y viven felices con sus esposas. Tu madre murió hace muchos años y yo soy muy viejo ya para cuidarte, presiento que estoy cerca de dejar esta vida y no quiero que te quedes sola. Es por eso que te pido que seas considerada y que escojas pronto un marido.
Amalia escuchaba a su padre con atención, sin despegar la mirada del bordado que tenía sobre el regazo y en el que había estado trabajando hacía varios meses. Suspiró profundamente y respondió:
—Ay papá, no hables así porque me pones triste. No he querido casarme con ningún hombre de este pueblo porque, aunque muchos son apuestos y trabajadores, ninguno me ha hecho sentir enamorada. Hace tiempo tuve un sueño que me llenó de ilusión: un joven apuesto y elegante venía montado en un finísimo caballo a pedir mi mano. Pensarás que es una tontería, pero desde esa noche vivo con la esperanza de que mi sueño se haga realidad.
—Hija —respondió don Eusebio—, tu vida no puede depender de tan insignificantes ilusiones como ésa. Además, hoy vinieron tres jóvenes a solicitar mi consentimiento para pretenderte; los tres me parecieron gallardos y bien educados y les pedí que mañana por la mañana vengan nuevamente a visitarte. Espero que los atiendas y seas generosa con ellos.
Amalia no fue feliz con esta noticia; ella sabía bien quiénes eran esos tres pretendientes que habían hablado con su padre y ninguno de ellos le agradaba para marido. El primero era Marcos Quintana, hijo del presidente municipal, rico, pero holgazán y mujeriego. El segundo era Clemente Gómez, de oficio herrero, muy trabajador pero feo, panzón y un poco jorobado. Y el tercero era Adrián Castañeda, amansador de caballos y buen jinete, pero con fama de borracho y pendenciero. Aquella noche, la joven estuvo despierta casi hasta amanecer, pensando de qué manera podría deshacerse de tales pretendientes sin lastimar el orgullo de su padre. Cerca de la alborada tuvo una solemne inspiración, un poco malévola pero eficaz.
A las diez de la mañana los tres jóvenes asistieron a la casa de don Eusebio Gorostieta y esperaron sentados en la sala a que se presentara Amalia, que apareció de magnífico humor.
Los tres la saludaron al mismo tiempo:
—Buenos días, señorita Amalia —dijo Adrián quitándose el sombrero.
—Es un placer saludarla, señorita Amalia —dijo Marcos, adelantándose con paso firme.
—Permítame honrar su presencia, señorita —dijo Clemente, ofreciéndole una descompuesta reverencia.
Amalia les correspondió con una sonrisa y dijo:
—Bueno días, caballeros, sean bienvenidos. Agradezco su atención y quiero decirles que estoy enterada de sus intenciones, las cuales me halagan. Sin embargo, estarán de acuerdo en que no puedo corresponder a los tres al mismo tiempo; no sería digno de mí ni de ustedes. Así que por respuesta les haré la siguiente proposición: estos sobres que les entrego contienen una serie de indicaciones que ustedes deberán cumplir al pie de la letra; el primero que venga ante mí con la prueba de que así lo ha hecho, será a quien conceda mi mano en sagrado matrimonio. Supongo que, siendo ustedes incuestionables caballeros, no juzgarán en nada mi determinación, sino que la aceptarán tal cual les pido.
Dicho lo anterior, les entregó los sobres sellados y los despidió prometiéndoles recibirlos el día siguiente a la misma hora.
Ninguno de los pretendientes se atrevió a abrir el sobre en presencia de los otros, sino que cada uno lo hizo en cuanto llegó a su casa. La sorpresa y el desconcierto habrán sido igualmente formidables para los tres cuando leyeron las peticiones que Amalia escribió en cada papel.
El primero, que había sido entregado a Marcos Quintana, decía lo siguiente:

Debe usted asistir al panteón municipal a medianoche, disfrazado de diablo, y asustar a la primera persona que pase por ahí, a quien ha de quitarle alguna prenda de su vestimenta o joyería y presentarla como prueba de que ha cumplido cabalmente mis peticiones.

El segundo papel, el cual leyó Clemente Gómez, contenía las siguientes indicaciones:

Esta media noche usted tendrá que ir al panteón municipal y rezar un rosario ante un ataúd que encontrará en la capilla. Dentro del ataúd hallará una imagen de la Virgen del Rosario, la cual deberá tomar y presentarla al día siguiente como prueba de que cumplió con estas indicaciones. Le sugiero que se cubra la cabeza con un rebozo para que, si alguien llegara a pasar por el panteón, no lo reconozca a usted.

El tercer papel, entregado a Adrián Castañeda, ordenaba los siguientes términos:

Esta noche, cuando den las doce campanadas, usted debe acudir al panteón municipal con la cara cubierta de polvo blanco, para simular que es un difunto. En la capilla habrá un ataúd en el que debe meterse y quedarse ahí toda la noche. Al amanecer encontrará un rebozo en la capilla, el cual deberá presentar como prueba de que ha cumplido mis órdenes. Le recomiendo que lleve una imagen de la Virgen del Rosario para que cuide de usted.

Nueva gráfica callejera en la Ciudad de México. Fotografía: Fernando García Álvarez.

Llegó la media noche arrastrando una pesada luna llena y algunas nubes azuladas. Hacía un viento terrible. Los tres pretendientes acudieron al cementerio cada uno por su cuenta y sin saber de la presencia de los otros dos. Marcos Quintana llegó primero y fue a esconderse atrás de un ahuehuete, donde se puso el disfraz de diablo que usó una vez en una pastorela. Ahí esperó, en medio de la soledad de la noche, a que apareciera algún cristiano a quien asustar. Algunos minutos más tarde, y sin que nadie se diera cuenta, apareció Adrián Castañeda; fue directo a la capilla del cementerio y, antes de meterse al ataúd, se maquilló el rostro con el polvo blanco que utilizaba su hermana y se encomendó a la Virgen del Rosario, cuya imagen llevaba en la solapa del saco. Poco después llegó Clemente Gómez, cubierta la cabeza con el rebozo de su madre y llevaba en las manos un rosario de cordel con cuentas de madera que perteneció a su bisabuela.
Una vez que Clemente estuvo ante el ataúd, encendió una veladora y empezó a rezar la Gloria y un Padrenuestro. Dentro del ataúd, Adrián escuchaba la voz del otro que susurraba sus oraciones y empezó a sentir tanto miedo, que tuvo que echar mano de sus mayores esfuerzos para no salir corriendo despavorido; sin embargo, no pudo evitar el temblor que el susto le provocaba. Al ver que la caja temblaba, Clemente se asustó también, y rezó con más fervor y cada vez con la voz más alta, tanto, que Marcos pudo oírlo hasta donde estaba. Marcos también fue invadido por un miedo terrible, pero creyó que era la única oportunidad que tenía para asustar a alguien en esa noche tan solitaria. No desaprovechó y salió corriendo, agitando su cola de diablo de lotería y con los cuernos torcidos, hacia donde estaba Clemente, cubierto con el rebozo de su madre y casi llorando de miedo. Éste, al ver al mismísimo diablo correr hacia él, no pudo más y lanzó tremendo alarido antes de escapar a toda prisa. Marcos se sintió satisfecho con haber asustado al pobre herrero, pero pronto cayó en la cuenta de que había olvidado quitarle alguna prenda que le sirviera de prueba. Estaba a punto de correr tras el asustado, cuando vio que del ataúd salía Adrián Castañeda con aspecto de muerto, quien no pudiendo contener más su miedo quiso abandonar en ese mismo instante el cementerio y olvidarse para siempre del amor de Amalia. Diablo y cadáver se encontraron frente a frente, y, soltando sendos gritos de horror, salieron disparados cada uno en dirección contraria del otro.
La luna fue testigo de lo que sucedió aquella noche. En el cementerio quedaron abandonados el ataúd, el rebozo, el rosario de la bisabuela, la imagen de la Virgen y el disfraz del diablo de pastorela. Ninguno de los que estuvieron ahí esa noche habló jamás de lo que ocurrió, del mismo modo que ninguno de ellos acudió la mañana siguiente a casa de Amalia.
Dicen, por cierto, que una noche, poco después de ocurridos los acontecimientos aquí narrados, un joven desconocido, elegante y apuesto, llegó a casa de Amalia montado en un caballo muy fino y se llevó a la hermosa hija de don Eusebio Gorostieta. Dicen que cuando el caballo relinchaba tronaba el cielo y detrás de su galope quedaba un terrible aroma de azufre.

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El hombre de la cueva

Hay gente que no cree en el Diablo

Nuestros demonios. Ilustración de Fernando García Álvarez

El hombre de la cueva

Víctor Salgado B.

Hay gente que no cree en el Diablo. Algunos creen que su verdadera imagen es la del diablito de la lotería, otros dicen que es un charro negro o un caballero bien vestido, todo depende de dónde se lo encuentre uno. Pero el diablo existe, eso sí. Nunca lo he visto, nunca se me ha aparecido para comprarme mi alma, pero sé que existe. Y no soy el único que lo sabe; casi toda la gente del pueblo tiene la certeza de su presencia en este mundo. ¿Que cómo lo sabemos? Porque por mucho tiempo el Diablo anduvo por estos rumbos, haciendo maldades y causando tragedias. Desde entonces la gente, que ya se estaba olvidando de Dios, regresó a las iglesias; en las plazas se vendían a montones los rosarios y las estampitas de la Virgen, de los santos y de Cristo crucificado; todo mundo rociaba sus casas con agua bendita; y todavía así, el Diablo espantó a muchas personas y hasta se llevó varias almas buenas y malas.

Pero lo más raro (o espantoso) fue lo que le pasó a mi compadre Elpidio, al que ya dábamos por muerto. Sepan ustedes que, aunque mi compadre ya está muy viejo y acabado, nunca se le ha conocido como hombre mentiroso, y mucho menos loco. Sucede, pues, que un día andaba el hombre por la loma del cirián cuidando sus animalitos, cuando una chiva rejega se apartó de las otras y no la podía hallar. Luego de un rato de andarla buscando oyó que bramaba lejos, por el rumbo de las peñas. “Fregada chiva –pensó mi compadre–, ¿cómo fue a dar hasta allá arriba? Ora voy a tener que ir a regresarla.” Y se fue siguiendo los balidos del animal, hasta que llegó a un punto donde el camino se hace monte, trepó unas piedras grandes y alcanzó a llegar a una peña más o menos alta. Ahí ya no escuchó a la chiva bramar, así que afinó el oído tratando de encontrar una señal. No la oyó. Lo que sí oyó fue un rumor metálico que llegaba a través del aire del monte; era como si una pequeña campana repiqueteara sin detenerse. Mi compadre se dejó llevar por la curiosidad y se fue siguiendo aquel ruido extraño, que lo llevó hasta la entrada de una cuevita de tantas que hay por ese lado de la montaña. Se asomó al interior de la cueva y alcanzó a ver una lucecita que se tambaleaba. Al acercarse divisó la sombra de un hombre sentado en una mesa. Era un anciano que, apenas alumbrado por el resplandor de un candil, contaba un montón de monedas de oro, las cuales sacaba de un saco de tela, las contaba despacio, terminaba de contarlas, las echaba al saco, luego las regaba sobre la mesa y empezaba a contarlas otra vez.

–Oiga, Don –le dijo–, ¿qué hace usted aquí?

–Estoy contando mi dinero –le respondió el anciano.

–¿Y para qué lo cuenta tanto? Mejor gásteselo.

–Eso no va a poder ser, amigo. Yo ya no pertenezco al mundo de los vivos. Yo ya estoy condenado.

–¡Hombre! ¿Y cómo es eso?

–Debo decirle que mi historia es muy triste. Hace mucho tiempo yo era un hombre horrible; me gustaba el juego, las mujeres, la borrachera y, sobre todo, el dinero fácil. Un día que estaba jugando a la baraja con unos desconocidos se me acercó un retador, bien vestido, con unas espuelas de plata y con una bonita pistola grabada. Yo le quise ganar en la baraja las espuelas y la pistola, pero él ganó todas las partidas y yo perdí todo mi dinero y hasta mi casa. Luego me dijo “No se apure, señor, yo le devuelvo todo y además, como usted me ha caído bien, le doy todo lo que me pida”. Y yo, como no creí que fuera capaz de hacer tal cosa, le pedí las espuelas, la pistola y mucho dinero, tanto que nunca acabara de contarlo. Aquel que hablaba conmigo esa noche era el mismo Diablo. Me dio todo lo que le pedí y tanto dinero que ya no sabía ni dónde meterlo. Y esa fue la desgracia de mi vida. Yo podía gastarme toda una fortuna en una noche de parranda, pero no podía comprarles un pan a mis hijos porque el dinero se me quemaba en las manos y se hacía carbón. Y ahora estoy aquí, en esta cueva, condenado a contar mis monedas por toda la eternidad y sin poder gastar una sola.

Gráfica urbana en los muros de la colonia Escandón, CDMX. Foto de Fernando García Álvarez.

–Pues ya que usted no las puede gastar –le dijo mi compadre al anciano, luego de escuchar con atención su historia–, démelas a mí para comprarme alguna cosa: un caballo, un buen machete o un par de huaraches.

–Si yo a usted le doy una de estas monedas, una sola, jamás podrá salir de esta cueva. No, mi amigo, no sea ambicioso como yo lo fui. Vaya a su casa con su mujer y sus hijos, y convénzase de que ser pobre es lo mejor que le pudo haber pasado.

Mi compadre Elpidio salió de la cueva reflexionando sobre lo que el anciano aquel le había dicho. Bajó de la peña y cuando llegó a donde había dejado las chivas notó que la que se había perdido ya estaba de nuevo reunida con el rebaño. Agarró su camino y se fue para su casa. Cuando mi comadre Rosa lo vio llegar casi se muere de la impresión.

–¡Elpidio, sigues vivo! ¿Cómo es posible?

–¿De qué hablas, mujer?

–Hace tres años que no sabemos nada de ti.

–¡Cómo que tres años! Si me salí a cuidar las chivas hoy en la mañana.

–Te lo juro por Dios, Elpidio. Hace tres años, el último día que saliste de esta casa, hubo un derrumbe allá en la montaña. La gente que fue a buscarte encontró tu rastro por esos mismo lugares, pero como nunca te hallaron, creímos que las piedras te habían sepultado…

Mi compadre no supo que decir. Entró en su casa, consultó el calendario y se miró al espejo. Efectivamente se veía más viejo que cuando salió de su casa.

Son muchas las historias que la gente cuenta sobre el diablo. Dicen que se llevó a Amalia Gorostieta, una muchacha muy bonita, hija de don Eusebio Gorostieta. Otros dicen que el Diablo causó la muerte del Padre Juvencio, cuando le espantó el caballo y éste lo tiró sobre una piedra. Y hubo un tiempo en que se volvió tan cínico y descarado Satanás, que muchos juran haberlo visto en las fiestas del pueblo, en las peleas de gallos, en las corridas de toros, en los bailes y hasta en algunos velorios. Doña Josefina Gonzaga (a la que le decíamos de cariño “tía Chepa”) un día se lo encontró en la salida del mercado, y, aunque estaba sola la pobre viejita, no le tuvo miedo. Le dijo: “Pinche diablo, déjanos vivir en paz. Ya no nos estés chingando”. Y desde entonces el diablo ya no volvió a aparecerse por el pueblo. Todos dicen que cuando murió tía Chepa se fue derechito al cielo.

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Entrevista con el poeta Eduardo Cerecedo

«…salen ríos, salen peces, salen los manglares que traes dentro»

El poeta Eduardo Cerecedo. Ilustración de Fernando García Álvarez.

Trópicos

Entrevista con el poeta Eduardo Cerecedo

Primera parte

Por Fernando García Álvarez

En entrevista exclusiva para terciopelonegro.mx el Vate Eduardo Cerecedo nos habla de su vida dedicada a las letras, de su vocación por la palabra, de su infancia, las primeras lecturas, el descubrimiento de la poesía en su natal Tecolutla y de su extraordinaria antología Trópicos I.

El reconocido escritor, crítico, profesor, editor y multipremiado poeta Eduardo Cerecedo nació en Tecolutla Veracruz en 1962. Es licenciado en lengua y literaturas hispánicas por la UNAM donde también realizó la maestría en Letras mexicanas.

Antecedentes muy personales

Debo decir con orgullo que al maestro Cerecedo y a este escribidor nos une una ya vieja amistad de la que recuerdo con nostalgia su participación entusiasta y solidaria para el proyecto cultural Katiuska News en octubre de 1995 durante el ciclo de lecturas de poesía ¡¿No oyes ladrar los perros?! Llevado a cabo en el foro Efrén Rebolledo en el centro de Pachuca, Hgo. En aquella ocasión, acompañado de Juan Carlos H. Vera y Felipe Vázquez Badillo, presentaron las colecciones de poesía Ediciones Arlequín y Ediciones del 69. Los compañeros Alejandro y Moisés de la ENEP Acatlán participaron con sus guitarras en el recital.

Después de la presentación fuimos a mi casa a pasar una velada magnífica, donde a la sombra de un ron nicaragüense (bebida oficial de la casa), lo mismo escuchamos a Pearl Jam que a los Camarones de Chile, bailamos con los Caracas Boys y claro también hubo un duelo de guitarras y versos.

La presencia de Eduardo Cerecedo en Katiuska News, diciembre de 1995.

En esos, nuestros años maravillosos a través de la cultura y el arte hicimos patria a contracorriente de señores feudales e ideologías totalitarias enquistadas en el poder desde siempre y exhibidas a cabalidad por el levantamiento armado del ejército zapatista de liberación nacional en el estado de Chiapas en 1994, movimiento armado que cimbró desde sus carcomidos cimientos un sistema caduco y podrido hasta la médula.

Cito el contexto pues quiero resaltar la naturaleza de los actos que pueden dibujar con trazos más precisos la historia de nuestro distinguido poeta, al que sin más rodeos dejamos hablar a propósito de su antología Trópicos I.

…estoy muy contento con el libro que es un regalo que me da la vida. Una bella edición que trae su disco, en voz del autor una selección de poemas.

El creador se presenta advirtiendo su muy temprana inclinación a la literatura por influencia familiar y la cercanía con los libros en su vida cotidiana.

desde muy chico comencé con la lectura, yo leía desde siempre, mi hermano el mayor tenía en su morral un libro de poemas…

Recuerda que sus primeros libros fueron de Juan de Dios Pesa y Amado Nervo, y haberlos escuchado de las lecturas en voz alta que hacía su hermano mayor al terminar de comer:

yo les llevaba la comida, después de comer él se trepaba al tronco de una higuera y ahí empezaba a leer en voz alta los poemas de Amado Nervo y no sé a qué se deba pero el oído me fue guiando… 

Más tarde gracias al fácil acceso a los libros de algunos familiares se aproximó por gusto al estudio de la historia de la literatura, donde conoció a los poetas españoles incluso antes que los mexicanos:

La obra de Eduardo Cerecedo suma a la fecha 23 libros en los géneros de poesía, novela y cuento.

 Fue cuando empecé a llenarme de literatura sin saber que después yo elegiría este camino, el camino de la lectura y el camino de la escritura. Hoy tengo una carrera en la UNAM de Lengua y Literaturas Hispánicas y una maestría en Literatura mexicana, aunque yo siento que si no hubiese tenido la oportunidad de estudiar una carrera yo hubiese escrito desde siempre porque la necesidad es así. Después de tanto leer uno termina queriendo comunicar lo que uno trae, ese silencio lo rompes y empiezas en la hoja en blanco a trabajarlo.

 Siendo alumno en la facultad de filosofía y letras de la UNAM conoció a un gran maestro de nacionalidad chilena:

 el maestro Hernán Lavín Serna, cuando entré a la facultad, me decía; oye Eduardo ya vi tus versos si tú te rasgas un brazo ahí salen ríos, salen peces, salen los manglares que traes dentro, yo no sabía de esta situación pero me agradó enormemente y comencé a trabajar, comencé a mirar hacia mí mismo y a través de esa introspección empecé a mirar lo que traía, a mirar mi infancia, mirar los árboles mirar la fauna, mirar los ecosistemas, la flora las aguas los ríos, la orografía, todo aquello que me era necesario para ir estructurando el primer poema…

 Por aquel entonces ya inscrito en el tercer semestre de la carrera ganó el premio nacional de poesía CREA 1998 con el antecedente de haber ganado 2 premios de manera autodidacta

 …cuando gané el premio nacional de poesía estaba en 3er semestre (de la carrera) y en el siguiente periodo me dije que tenía que tomar un taller de poesía con algún maestro que supiera de estas artes de la escritura, del arte de la palabra y me fui a inscribir con el maestro Federico Patán, el maestro me fue guiando y a la fecha seguimos trabajando, seguimos escribiendo.

 De su niñez Eduardo recuerda que al no tener una escuela en su comunidad de nombre La barra de Boca de en medio, ingresó a la primaria a los 10 años, cuando su familia cambió de residencia a Boca de lima en Tecolutla:

 yo era más grande que los otro chicos que tenían 7 u 8 años y lo que se enseñaba yo lo aprendía en un ratito y me desesperaba. Y así empecé en el gusto por la lectura que fue para mí maravilloso. Llegando a Boca de lima ya me inscribí en la primaria, Benito Juárez. Al terminar mi educación primaria me vine a la Ciudad de México donde vivía mi hermano al que le dije: oye yo quiero seguir estudiando, y acá estamos.

Predestinado al mundo de las letras, joven y apasionado lector, siempre alumno consentido de las maestras de literatura, publicó su primer libro en 1992.

 Recuerdo que cuando estaba en la escuela preparatoria no 1 de la UNAM la maestra de literatura me decía: Eduardo cuando tú leas 200 libros de poesía vas a leer hasta dormido, y yo le contesté: maestra creo que ya los rebasé.

 A pregunta expresa sobre la vocación más íntima que lo lleva a la poesía responde que no sabe si eso se hereda, pero destaca un antecedente familiar :

 me enteré que mi abuelo por parte de mi madre tocaba la jarana, el arpa y era el que aventaba los versos en los fandangos, esto decía mi mamá. No se sí creer en ello pero es un gusto muy especial que uno ya trae…así como el que va a ser pintor trae el gusto por los trazos por el color, por la esencia de las cosa, en la palabra creo que es más fácil, pues las palabras únicamente tienes que seleccionarlas y buscar el ritmo, colocarlas en el verso y después de ese verso vas haciendo más versos para conformar lo que es un cuerpo lingüístico que vendría siendo el poema y así vamos caminando en esto que nace por un gusto, por algo vienes marcado ya, así se me dio a mí la literatura, la poesía.

 El principio del proceso creativo del escritor.

Pablo Neruda. Ilustración de Fernando García Álvarez.

 …un proyecto de libro lo vas realizando como cuando realizas una tesis; tienes ya el marco, tienes ya el esqueleto para ir llenando después esos espacios con tu investigación. En el caso del poema a veces se te da, a veces lo piensas, decía Jaime Sabines que él tenía una idea y la maduraba y cuando la maduraba escribía el poema.

 Nos afirma que no hay un método constante en la creación.  

 Generalmente lo hago con un lápiz en hoja en blanco, pero en los últimos 10 años ya escribo en el celular: Te despiertas con una idea y empiezas a trabajarla y ahí la tienes, la guardas…, son notas que van saliendo y después las vas trabajando, a veces en esas notas no hayas conexión en la vida real y no lo haces (el poema) se te va y a veces sí vuelves al punto de esencia y es como van saliendo los poemas.

 El poeta Cerecedo nos cuenta que sus autores favoritos han ido cambiando a través del tiempo y a medida que se fue adentrando en el estudio de las letras.

Ramón López Velarde. Ilustración de Fernando García Álvarez.

 Un autor que me ha llamado mucho la atención es Federico García Lorca y que me sirvió como punta de lanza para escribir. Después de esa generación de poetas me vuelvo a los poetas mexicanos y es donde centré toda mi energía y toda mi visión para poder leerlos y poder comprender aquello que es muy importante para su obra y que de alguna manera esos reflejos se quedan en tus ojos y al mirar la hoja en blanco nada más tienes que ir trazando las palabras y se van quedando yo creo, esa es parte de la influencia. Otro autor importante fue Ramón López Velarde, me ayudó mucho a concentrar el ritmo del verso libre, el ritmo aquello que ya era chocoso para la poesía en prosa, el verso libre le fue dando esta libertad y esa salud al verso.

Nos confiesa que al descubrir los Versos del Capitán y la Barcarola de Pablo Neruda (publicado en el libro Residencia en la tierra) empieza la exploración de la obra del poeta chileno al que considera importantísimo para la poesía hispanoamericana y para la escritura mundial. Con el tiempo sigue descubriendo otros autores:

 ..escuchando “la hora nacional” descubrí a Octavio Paz: “dama huasteca ronda por las orillas, desnuda, saludable, recién salida del baño, recién nacida de la noche”. Cuando llegué a la preparatoria No 1 lo primero que hice fue ir a buscar Libertad bajo palabra conseguí el libro y empecé a leer a Octavio Paz. Así van cambiando mis autores, por ejemplo, en la secundaria Mario Benedetti fue mi poeta de almohada, luego van cambiando las posiciones, las circunstancias del lector y ya más grande conocí al padre de la poesía norteamericana que es Walt Whitman es donde ya mi fervor hacia la literatura, hacia la poesía se vio enfocado, allí me instalé y empecé a trabajar.

Posteriormente vienen José Lezama Lima y David Huerta. Voy buscando ese camino porque ellos escriben sobre la forma versicular, pero donde yo me instalo prácticamente es en la generación de poetas mexicanos que nacen a partir de 1950 y que son los poetas que actualmente están en la literatura y han hecho la literatura desde Silvia Tomasa Rivera hasta Jorge Esquinca que nace en 1959. Toda esa amplia gama de poetas de los 50 para mí es fundamental, ahí me instalé, es mi plataforma visual, mi plataforma rítmica.

 Cuestionado por la posibilidad de que exista algún tipo de afinidad con otros poetas nos menciona que pudieran ser:

Raúl Garduño Culebro poeta que nace en la Ciudad de México y se va a Chiapas y muere ahí mismo. Tenemos también a Efraín Bartolomé a José Luis Rivas, pero el poeta que nace en 1946, Francisco Hernández es el poeta fundamental, el gran monstruo de las palabras. Los 3 grandes poetas de Veracruz después de Salvador Díaz Mirón después de Rubén Bonifaz Nuño, son Francisco Hernández, José Luis Rivas y Silvia Tomasa Rivera, son los poetas que de alguna manera conviven en mí, conviven en mi obra porque parte de su obra se ha quedado en mí y yo al escribir tengo que sacar lo mío y a veces esos ríos de silencio, esos ríos de musicalidad se concentran en una página que vendría siendo el poema.

Después vienen los poetas de mi generación. Un lector, un escritor, un poeta sin sus autores es un vacío.

 A la pregunta acerca de la influencia de Rubén Bonifaz Nuño en su obra, confirma que el escritor fue su maestro y que realizó la tesis de licenciatura sobre el libro del profesor El manto y la corona y se extiende sobre la obra de Bonifaz Nuño:

Rubén Bonifaz Nuño, poeta

 uno de los grandes autores y grandes poetas que supo comprender y entablar de una manera Adal paralelismo que viene siendo la poesía de corte culto y corte popular. Tanto como José Alfredo Jiménez como Homero como Catulo supo llevar esas voces y conjugarlas y buscarlas en la literatura azteca que es también donde él ha abrevado y ha dado muestras de que así fue lo que él vio, él miró , él escuchó  y lo que le gustó.

Albur de amor es un libro importante publicado por el Fondo de Cultura, es la proximidad del don Rubén de corte coloquial de corte popular, como se instala él con una voz con un ritmo tan propio con un conocimiento que tiene de la cultura griega, de la cultura romana y de la cultura azteca como corren esos filtros para escribir de una manera próxima a la canción.

 Al citar a otros autores también importantes para él nos dice:

 …del grupo de los contemporáneos que para mí es la renovación de la poesía en América, son los que dieron la potencia y la frescura a la lengua española en México. No nos podemos olvidar de Villaurrutia, ese hombre tan fino, tan importante para la literatura mexicana con sus poemas con temas a la noche, a la muerte, al amor; José Gorostiza y Carlos Pellicer son poetas de la abundancia, los poetas del trópico; Gilberto Owen es otro autor interesantísimo e importantísimo de esa generación y Salvador Novo ahí van con toda esa maravilla, todos ellos ilustrados por Jorge Cuesta que era la línea ascendente, el equilibrio entre esas voces, también Bernardo Ortiz de Montellano. Esos poetas fueron para mí fundamentales y así como la generación de poetas de los 50 con Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Caballero Bonald, Carlo Barral, José Ángel Valente, a todos estos poetas yo los siento muy próximos como si los hubiera saludado. Conocí después de esa generación a Ángel González en la UNAM, un poeta que leí con enorme placer y tuve la posibilidad de platicar con él.

 El escritor Roberto Bolaño dice que admira a los poetas porque tienen una vida desmedida, llena de riesgos. ¿Cómo es la vida de Eduardo Cerecedo?

 … cuando uno es joven, todo lo que uno hace para escribir un poema, busca las posibilidades de que algo te lleve a rebasar el pensamiento que tienes y buscar otras formas para poder imaginar y hacer y escribir y ahí viene el tabaco y ahí viene la droga y viene el vino todo esto y yo creo que a eso se refiere el maestro Bolaño, pero creo que todo tiene un límite también, tiene un estar, entonces teniendo una mayor edad y seguir en esas vertientes pues ya prácticamente está uno fuere de lugar, para todo hay un momento.

Así la cátedra sobre poesía y el quehacer del escritor.

Ve la entrevista completa a Eduardo Cerecedo en el canal de youtube

Entrevista a Eduardo Cerecedo parte I – YouTube

 

 

 

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