Cultura

Las barbas de satán

¿Cómo, usted ha visto al diablo?

De la serie Guatemala y otros viajes. Fotografía de Fernando García Álvarez

Las barbas de satán

Fernando García Álvarez

 Tú no eres nunca la humanidad; tú solo eres tu propio yo desesperadamente aislado.

Paul Bowles

Para nuestra querida y respetada Periodista Tere Gil.

Debió de ser en la ciudad fronteriza de Tecún Umán en Guatemala no lo recuerdo bien, el caso es que lloviznaba y una brisa muy fresca me erizaba la piel, quizá no había comido ya sea por falta de apetito o dinero, pero en este momento de repente una sensación de ausencia en el estómago me invadió con cierta nostalgia, como la bruma que cubría el entorno de ese caserío de chozas de tablas en la pequeña ciudad anónima, cuando eres joven y te gusta viajar el poco dinero que te acompaña te permite comer solo una vez al día.

Algunas veces los dioses son buenos y te permiten algún bocadillo de los árboles frutales que a la vera del camino crecen como una bendición para caminantes y peregrinos o suele ocurrir que algún compañero de viaje comparta sus viandas alegrándote así la jornada, incluso he tenido la suerte de que choferes de camión, agentes viajeros y vendedores me inviten a comer y beber opíparamente después de levantarme en alguna carretera.

Mis botas estaban húmedas pero mis pies secos, lo sé porque ahora que muevo los dedos dentro de las pantuflas cierto confort radiante me llena. La mochila de gruesa piel, aunque llena pesaba apenas, era un bolso pequeño con pocas cosas dentro, el caminante ha de ir ligero, los mochilones de ciertos viajeros europeos solo delatan el apego y vacuidad del turista que nunca llegará a ser un auténtico viajero como ocurre con los protagonistas de la novela El cielo protector escrita en 1949 por el escritor, músico y fotógrafo estadounidense Paul Bowles:

Entre el turista y el viajero la primera diferencia reside en parte en el tiempo. Mientras el turista, por lo general, regresa a casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que el siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra (yo añadiría y de su alma) El turista acepta su propia civilización sin cuestionarla y el viajero la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan.

Paul Bowles

Ahora que me esfuerzo por traer el pasado a mi mente removiendo y hurgando con delicadeza en pequeños detalles extraviados como fragmentos de un jarrón roto en una excavación de antropólogos, pienso que también pudo ser en Puerto Barrios donde deambulé por un par de días esperando un barco que me llevaría a Livingstone, sitio donde estuve a punto de ser linchado por unos furibundos hombres originarios de color, sí aprendí que algunos lugares pueden tornarse peligrosos sobre todo cuando uno tiene una nacionalidad desprestigiada como en Livingstone, donde descubrí cierto odio atávico hacia los mexicanos.

Paisaje nocturno de la sierra michoacana. Fotografía de Fernando García Álvarez.

Pero mis emociones se aclaran un poco y dicen que no, analizando bien la situación debió ser en las proximidades de la frontera con México porque el lugar rebosaba de cantinas, burdeles y todo tipo de antros de mala muerte, cierro los ojos y me veo platicando con un vendedor de chocobanano que se movía en una chirriante bicicleta cubierta de óxido ya casi al anochecer, se acercó para platicar a la mesa en la que bebía una cerveza tibia pues no tenían hielo ni nevera.

Él estaba de paso como casi todos, iba al norte, quería llegar a EUA y le pareció absurdo que yo viajara al sur, era un salvadoreño desertor del ejército. Luego caminé acompañándolo en su venta por la pequeña ciudad casi pueblo y después de haber tomado una foto de la Barbería Maya (solo una era una cámara que usaba película fotográfica con apenas 36 exposiciones) le compré un par de piezas de chocobanano y me dirigí al hotel a cenar el plátano cubierto de chocolate y congelado a manera de paleta con una naranja y unas pupusas que conseguí por ahí por unos cuantos quetzales.

Pasada la medianoche desperté por el aullido de algo muy lejanamente parecido a un perro y por el ruido y la agitación en la habitación contigua, algo se estrellaba contra la pared, me di cuenta de que golpeaban a alguien y el cuerpo rebotaba dramáticamente contra la pared de tablas, alcé la voz pidiendo silencio y solo recibí amenazas a varias voces, luego escuché aullidos, gemidos y llantos. Salí a toda prisa buscando al recepcionista y le reclamé la situación.

El tipo estaba muerto de miedo y me dijo que nada podía hacer, que eran traficantes de personas y podían matarlo, que lo mejor para mí era encerrarme en la habitación en silencio o largarme. Cuando le mencioné la policía me vio con desprecio advirtiendo -son ellos mismos los traficantes. No sea pendejo.

De regreso en el cuarto, me atrincheré lo mejor que pude, empujé un desvencijado ropero contra la puerta seguido por la frágil cama, eran muebles baratos que estaban a punto de derrumbarse por sí solos.

Empuñando la navaja me tumbé sentado y como pude sobre la húmeda mochila y las raídas cobijas en un rincón opuesto a la rústica puerta mientras la golpiza continuaba el resto de la noche, y yo miraba sobre el piso y las paredes hordas de enormes cucarachas devorar vivos a otros insectos rastreros. Ya clareando el alba cesó el ruido y la violencia y me arrojé a la cama a dormir agotado y con las botas puestas hasta el medio día que vencía la renta del cuarto.

Gráfica urbana en los muros del centro de la Ciudad de México. Fotografía de Fernando García Álvarez.

Al salir del hotel el tipo de la recepción que leía una biblia de canto dorado me dijo -debería cortarse esa barba tan fea que tiene, es como la que luego traen los guerrilleros o peor, es como la que usa el diablo.

-¿Cómo, usted ha visto al diablo? – contesté socarrón mientras entregaba el candado de la habitación.

-El pastor lo ha visto y nos cuenta cómo es y dónde se mete, dice que el comunismo es cosa de satanás, así que ponga atención a su apariencia, no lo vayan a confundir – amenazó.

Busqué algo que comer y luego traté de encontrar la barbería que había fotografiado, pero fue inútil, jamás volví a verla, o desapareció en medio de un aquelarre chapín o estoy predestinado a pactar con los ejércitos púrpura de belcebú y lucir como un ente maléfico, acaso pobre diablo. Seguro era una barbería hechizada donde Lucifer y sus acólitos infernales acudían a ponerse guapos y yo que carezco de la debida membrecía no debía volver a encontrarla.

Recordando hoy estos detalles en medio de la profunda noche de las montañas michoacanas decido levantarme de la ancha banca de madera haciendo a un lado la mesa con la computadora portátil y atisbo por la ventana pues los perros ladran enloquecidos, ¿aúllan? los vidrios escurren gotas de vapor condensado, la frescura y la soledad de la media noche al igual que en Guatemala me eriza la piel y me lleva a pensar en la violencia que late germinando ahora en estos poblados.

Esta es también una tierra de migrantes que siempre van al norte, nunca al sur y desde mi lejana niñez existen esas mismas chozas de madera y tabique rojo marcadas con un logotipo político circular en tres colores como sinónimo de pobreza y opresión, atávica, soterrada, visible solo para los que le buscan las barbas al diablo porque aquí también hasta hace poco se podía leer en algunos muros de adobe “Cristianismo sí, comunismo no” y era igualmente peligroso adentrarse en caseríos y rancherías luciendo atuendos extranjeros o barbas largas que recordaran protagonistas políticos de otras latitudes geográficas e ideológicas. Aquí la ignorancia ha marcado como enemigo histórico a lo nuevo, al cambio cualquiera que sea su apariencia.

Mi abuelo, hombre enérgico y aguerrido nacido en esta comarca nos tenía prohibido salir a pasear en el caballo aun a sitios cercanos donde vivían algunos parientes, “La perra cuando es brava hasta los de casa muerde” decía en su sabiduría popular. Así de cerrada era o es esta sociedad donde el caciquismo de las mismas familias de siempre medra sin mancha, los mismos apellidos sucediéndose en el poder político y económico, las mismas dinámicas de reparto del presupuesto, la riqueza y negocios entre unos cuantos.

En la claridad del cielo nocturno aparece una estrella negra, un punto de sombra. Punto de sombra y puerta de reposo. Ve más lejos, traspasa la fina trama del cielo protector, descansa.

Paul Bowles

Dicen que hombres armados se pasean por este lugar, dicen que han dejado un par de seres descuartizados en costales sanguinolentos junto a la presidencia municipal, dicen que algunas veces los malos, la maña anuncia toque de queda, dicen que los tiempos del apocalipsis alcanzaron estos pueblos sin ley tan huérfanos desde siempre, dicen…

Aunque hemos pasado unos maravillosos días de reposo tratando de escribir, ejercitando la memoria para reblandecer los muros del olvido y avanzar hacia la razón, comiendo vegetales y alimentos muy sanos producidos en las rancherías y localidades vecinas que en la Ciudad de México son imposibles de conseguir, a pesar de la protección espiritual de los antepasados, los espíritus del bosque y la buena voluntad de vecinos y amigos para sanar la mente, el cuerpo y el alma se necesita cierto carácter y temple de acero para vivir en este bello y salvaje páramo de la montaña. El mismo que se requiere para ser mexicano a cabalidad en medio de una revolución.

El pasado y el presente son hermanos gemelos los lugares tan distantes son uno mismo en diferente dimensión y tiempo, Guatemala, México, la sierra, el mar caribe son interpretaciones y mundos perdidos entre ejércitos de letras, ideas y emociones que estamos condenados a evocar aun a sabiendas de que lo que se va jamás regresa, añoramos apenas rastros efímeros, espuma de resaca marina.

Este escribidor que ya peina canas se ha servido un dulce y vaporoso ponche de frutas para seguir dialogando con las hadas de la floresta y la memoria, afuera la jauría sigue gruñendo en feroz pelea cual cancerberos invencibles, aunque el sentido común aconseja no salir al descampado (menos en pantuflas) mi inquieta, atormentada alma opina lo contrario, quisiera ver de cerca a las fieras nocturnas de ser posible inmortalizarlas en una foto, ¿tú qué harías?

El alma es la parte más cansada del cuerpo.

Paul Bowles

 

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