Política

Polvo a contraluz

A los que se han detenido en medio de la tormenta para abrazarme…

Autorretrato. Fernando García Álvarez.

Polvo a contraluz

Fernando García Álvarez

 

A los que se han detenido en medio de la tormenta para abrazarme.

Primium non nocere dice una máxima médica acerca de que el beneficio obtenido sea mayor que el daño que se le pueda hacer al paciente, lo primero es no hacer daño.

Infiero que esta vieja opinión puede aplicarse a nuestra vida cotidiana en general y reflexionaba en esto hace unos días a partir de algunos comentarios vertidos en el chat de un grupo familiar, grupo no exento de las enfermedades sociales de nuestro tiempo.

La enfermedad nos dice el diccionario de la real academia española es la alteración más o menos grave de la salud, la pasión dañosa o alteración en lo moral o espiritual, también la anormalidad dañosa en el funcionamiento de una institución, colectividad, etc.

Es este caso me refiero más exactamente a las enfermedades morales y quizá a las mentales, me explico:

Retrato del escribidor de este texto portando en la diestra la prueba fehaciente de que sí hay medicamentos para el cáncer en el sector público. Foto de Jaquelina Rodríguez Ibarra.

Hace años recibo tratamiento en un hospital del sector Público para un mieloma múltiple de muy difícil cura, contra todo pronóstico, hiel y ponzoña de muchos frente al amor, solidaridad y empatía de otros más fui candidato a un exitoso trasplante de médula ósea hace ya 3 años, pero la enfermedad sigue ahí agazapada.

Mi médico tratante desde hace 9 años me dio la maravillosa noticia apenas hace un par de meses de que al ampliarse el cuadro de medicamentos para el tratamiento de las enfermedades como el cáncer que yo padezco había sido uno de los seleccionados para tener acceso a un fármaco de muy difícil acceso en las clínicas y hospitales del sistema de salud público en las pasadas administraciones del país. Este milagro sucedió como en un sueño, el trámite fue rápido y sencillo, recogí loco de contento mi pasaporte a la vida en la farmacia que recién edificaron en el hospital después de solicitarla médicos y pacientes por lustros.

Me parece que, así como solo conocen el significado de la libertad los que han sido esclavos, solo conocen el significado de la vida quienes hemos estado a punto de perderla, he pasado largas, difíciles, extenuantes pruebas, análisis y diagnósticos, meses hospitalizados, semanas que suman años en quimioterapias luchando por mi vida con lo que ello signifique, siempre de la mano de mi amada esposa, algunos muy queridos familiares, compañeros de trabajo y amigos.

Como lo supondrás querido lector quise comunicar de inmediato y con gran alegría la noticia del milagro al menos a los que creí más cercanos, claro la familia. Mayormente festejaron, algunas respuestas de indiferencia ya las esperaba, lo que me sorprendió fue el sordo odio subyacente en otras. El simple hecho de mencionar cierto contexto de las condiciones actuales y agradecer los esfuerzos por dotar de mejores servicios médicos públicos a quienes no podemos pagar atención médica privada obtuvo por respuesta inmediata alguna descalificación gratuita, escribieron que mi proceder mediaba entre el de un adulador y un sicofante, pero en términos más coloquiales.

¿Me estaba llamando lame suelas o algo similar este hombre que ha compartido las mismas condiciones de marginación económica de la mayoría desde siempre?, luego llegó el encono y descalificaciones a quien hoy actúa en nuestro beneficio en la presidencia de la república.

Explotó de odio al sentir que mi comentario contradecía la narrativa del poder empresarial. Pese al hecho consumado de que yo soy la prueba fehaciente que contradice la campaña de que no hay medicamentos para tratar el cáncer en México y a las pruebas me remito.

Formo parte de lo que algunos denominan generación híbrida y como tales, obligados por la heterodoxa existencia que tratamos de ceñir a la práctica diaria en pretendida congruencia, omití en la respuesta del chat de marras un primer punto en el que ahora abundaré:

Crecí en un mundo donde la educación, urbanidad y buenos modales eran parte fundamental de las relaciones familiares, mis padres de manera ejemplar pusieron el respeto como piedra primera del edificio de mi formación, una falta de respeto a cualquier hermano o primo máxime a tíos, profesores, vecinos o abuelos implicaba un severo castigo, incluso físico. Y no estoy diciendo, aunque ya tengo mis años, que todo tiempo pasado fue mejor, afirmo lo contrario soplan vientos de cambio, analicemos la historia.

Lo que sí confirmo es mi convicción del diálogo con respeto, empatía y mucha inteligencia para argumentar de manera razonada más allá de las personalizaciones y en un marco de información sin sesgos ni fanatismos ni distorsiones mediáticas. ¿Ríes querido lector acaso te ha pasado algo similar?

En un segundo punto encontré en el chat un campo semántico sembrado de esas palabras que lanzan como en un bombardeo inmisericorde las pantallas y bocinas del mass media, para usar un término pasado de moda como yo. Los medios de comunicación de masas pues; ratero incongruente, corrupto, mitómano, etc., ¿Sabemos en su exacta dimensión el significado de las palabras?

Entonces quise recurrir al diccionario ideológico de la lengua española, pero en el camino, en una parte polvosa del librero no muy lejana de los diccionarios encontré la amarillenta edición de un viejo libro que me legó un añorado amigo librero, fotógrafo y dibujante de la facultad de filosofía y letras de la UNAM, Memo H. Vera. El ejemplar hallado por accidente se trata de la exitosa y popular obra Los envidiosos de Francesco Alberoni.

Saqué el ejemplar del librero y soplé sobre él, polvo a contraluz gravitaba formando nuevas galaxias. Evidentemente las pasiones mueven al mundo. El escritor italiano en su clásico de la década de los 80 ¿tendría alguna respuesta o propuesta a mis cavilaciones? Los oligarcas dueños de los instrumentos de la comunicación y a su vez casi por osmosis los empleados de estos y las audiencias víctimas de un adoctrinamiento indemne han sido presa de una antiquísima pasión paradójica y terriblemente destructiva; la envidia. ¿Tienen envidia del enceguecedor fulgor de su némesis o enemigo acérrimo Andrés Manuel López Obrador?

Muy de entrada ya en la primera línea del libro en el capítulo “La confrontación envidiosa” se lee:

Deseamos lo que vemos. Ser como los demás, tener todo lo que tienen los demás pero qué pasa al no poder obtener lo que poseen aquellos modelos sociales, ¿viene la frustración?

Dice el autor que damos un paso atrás, retrocedemos de

varias formas; cólera, tristeza, renunciamiento. O bien, un rechazo con el modelo con el cual nos habíamos identificado. A fin de contener el deseo, rechazamos a la persona que nos lo ha suscitado, la desvalorizamos, decimos que no tiene méritos, que no vale nada. Esta es la primera raíz de la envidia.

La otra raíz de la envidia surge de la exigencia de juzgar. A fin de saber cuánto valemos con algún otro. Empezamos de niños cotejándonos con nuestros hermanos y es nuestra madre quien nos compara con él.

En el vasto universo del inconsciente personal y colectivo un cúmulo de deseos reprimidos alimenta nuestros actos y emociones profundas de apariencia tan superficial que nunca nos mueven a la reflexión. Avanzando en la lectura ya en el capítulo 9 el estudioso de los movimientos colectivos y las emociones nos especifica.

La derecha sale a las calles a protestar por el supuesto viraje al comunismo en la política económica, les gusta el capitalismo salvaje. Foto: Fernando García Álvarez.

Qué envidiamos

Envidiamos lo que más deseamos, los objetos más colmados de nuestro deseo. Los envidiamos cuando los vemos en las manos de otro, realizados por otros, mientras nos están vetados irreparablemente. Comprendemos su valor mediante una confrontación inmediata; el suyo es mejor, el mío es peor; él es mejor yo soy peor. El sentimiento de impotencia produce en nosotros una impresión de no valer, de derrota, de envilecimiento, y un movimiento de odio, de destrucción.

La envidia se refiere tanto a lo que se tiene como a lo que se es, a los objetos como a la calidad, a las posesiones como a los reconocimientos.

Vaya descubrimiento ¡Es lógico, claro y evidente que los detractores de lo que significa un cambio de rumbo en el destino del país envidian hasta los detalles más nimios del actor político que en la cúspide de su proyecto de transformación los opaca! Además, los ha desplazado de los reflectores y el ejercicio del poder sumiéndolos en la impotencia.

En el capítulo “La intoxicación envidiosa” se abordan los síntomas de la envidia mismos que podemos reconocer a kilómetros en nuestros ya citados maledicentes.

Siempre describimos la envidia como un acto puntual. Dirigido hacia un objeto bien definido. Pero desde el punto de vista psicológico, la envidia también es una manera de mirar a los demás, un rasgo de la personalidad.

Con frecuencia, el envidioso no se limita a observar con ojo maligno a su colega. Mira con los mismos ojos a su vecino, al compañero que conoce en unas vacaciones, al conocido que lo invita a su nueva casa de campo, al afortunado ganador de la lotería., se podría trazar un perfil de la personalidad envidiosa., la enfermedad envidiosa, produce verdaderos síntomas propios.

Para Alberoni la maledicencia es el síntoma más obvio y notable de la envidia. El envidioso trata de desvalorizar al otro a los ojos de la mayor cantidad posible de personas sobre todo de los más influyentes., y es aquí donde debo regresar al segundo punto de este ocurso para ejemplificar esa maledicencia o acto con el objetivo de denigrar.

Políticas culturales de inclusión y tolerancia en la Ciudad de México. Foto de Fernando García Álvarez.

¿Recuerdas amigo lector? Aquello del campo semántico ya por todos conocido y floreciente gracias a las églogas veraniegas de “Píndaros” rabiosos, tinterillos orgánicos y damnificados del rating; ratero, incongruente, corrupto, mitómano, mesías tropical, feligresía irracional, prietos, perrada agresiva, morenacos, jodidos, muertos de hambre, etc.,

Mis familiares maledicentes ¿destilan la envidia infiltrada en su inconsciente por el bombardeo mediático, infodemia e ignorancia o tan solo son raros especímenes aislados emocionalmente producto de una época en la que el capitalismo salvaje nos ha convertido en animales aterrorizados tratando de sobrevivir?

De ser cierta al menos en parte la intoxicación envidiosa, muy posiblemente ese amigo, primo o vecino desconocido volcando odio indiscriminado por tus publicaciones en las redes sociales no sea otra cosa que un frustrado admirador tuyo que en la soledad de su inconsciente sufre lo indecible por no poder ser como tú, por no tener tu éxito. Quizá ocurra también que del tipo que detestas a muerte requieras muy en el fondo de tu ser un poco, tan solo un gramo de su atención.

Todo, dice vox populi tiene remedio menos la muerte y generosamente a manera de colofón Alberoni incluye en Los envidiosos el capítulo “Superar la envidia”.

La envidia puede adoptar mil formas espeluznantes y terribles, odio, rencor, resentimiento, exclusión social, racismo, fascismo, sionismo, etc., para superarla debemos reconocernos en el otro, vivir libre es reconocer las necesidades y deseos colectivos, con lucida mente abierta estar vigilante para reconocer y aceptar la naturaleza de lo diverso en una convivencia tolerante.

Posdata; además opino que se debe juzgar a los expresidentes por traición a la patria, ni perdón ni olvido.

 

 

 

 

 

 

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